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Antes del portazo

por Laura Hurtado y Pablo Tosco

Siria

“Antes de la guerra éramos muy felices. Siria era un país desarrollado y teníamos de todo”, describen con nostalgia Valentina y Mohamad que crecieron en la próspera ciudad de Alepo, hoy asediada sin tregua por las bombas. Se conocieron a finales de los 90. Él había lanzado un negocio de móviles; ella iba al instituto. Él era musulmán; ella, cristiana. Y ese noviazgo, decía su familia, no podía ser. Pero ellos sí lo veían posible y continuaron su relación a escondidas. Recuerdan la Siria en la que iban al cine, en la que salían de fiesta y se divertían en los parques de atracciones. Recuerdan esa Siria que ya no está. Todo se esfumó con la guerra.

Turquía

Su objetivo en Turquía: trabajar y ahorrar con la mirada puesta en Europa. Tardan más de lo esperado en reunir el dinero pero son días felices. Valentina describe la primera noche en Estambul: “No podía dormir porque no se oían las bombas”. Aquí pueden pasear cogidos de la mano sin que nadie les amoneste por creer en un dios diferente. Deciden no esperar, se casan y empiezan a vivir juntos. Ambos observan con cariño fotos de Turquía mientras muestran una de ellas, en las que Valentina celebra su cumpleaños, un 14 de febrero. Cerca de 42 horas después se embarcan en un bote rumbo a Grecia.

Grecia

Cuando Valentina y Mohamad llegan a Lesbos, se encuentran a un montón de voluntarios esperándoles en la playa. Les dan mantas, galletas y agua. Una acogida calurosa que contrasta con el ambiente hostil del campo de Moria, cercado por altas rejas, alambradas y muchos policías. Allí pudieron registrarse para continuar el viaje y gracias a las ONG recibieron comida caliente y ropa de abrigo, imprescindible para cruzar los Balcanes en pleno invierno. “Solo hemos cogido un saco de dormir, dos mantas y un kit de higiene. Los traficantes nos obligaron a tirar nuestras bolsas al mar. No podemos cargar más”, cuentan ya preparados para seguir su camino. Solo Mohamad conserva algo de Siria: una cadena con el nombre de Mahoma que, dice, les protege.

Grecia

En el puerto de Mitilene, la pareja compra un billete combinado: ferry hasta Atenas y autobús hasta Idomeni, en la frontera con Macedonia. Directo, sin paradas. “Nos han dicho que tardaremos siete días hasta llegar a Alemania y solo llevamos 200 euros para todo el viaje. No podemos parar”, aseguran. Por Grecia pasaron 850.000 personas el año pasado. Desde entonces las agencias de turismo habían cambiado de “clientes”. Ahora también lo hacen para miles de personas desesperadas que quieren cruzar el país lo más rápido posible.

Grecia

El bus, que suele tardar cinco horas en cruzar Grecia, lo hace en diez debido a una huelga de agricultores que había cortado las principales carreteras. Solo realizan una parada en todo el trayecto. Por suerte en la estación de servicio hay wi-fi y la joven pareja logra llamar a casa por primera vez desde que pisó Europa. “¿Cómo estáis?, ¿habéis dormido?, ¿habéis comido?”, pregunta la familia preocupada desde Siria. “Sí, estamos bien”, responden contentos, sin contar en un día y medio solo han comido un par de galletas. Aprovechan para mandar whatsapps a los amigos y subir un selfie en Facebook bajo un título sincero: “Estamos muy cansados”.

Macedonia

A las cinco de la tarde, cuando empieza a caer el sol, Valentina y Mohamad llegan al campo de Idomeni, paso obligado para cruzar a Macedonia. Una trabajadora de ACNUR reúne a todos los pasajeros del bus, les avisa de que tienen unos minutos para ir al baño y que luego les acompañaría hasta la frontera. Están muy nerviosos. El grupo avanza por un camino de tierra, delimitado por espinos, hasta que llega a una puerta donde les revisan los papeles. Al lado, una papelera llena de documentos rotos demuestra la dificultad de cruzar este umbral. Un policía comprueba que la foto de Valentina y Mouhamad y les permite pasar. La pareja sonríe. No saben que forman parte de los últimos grupos que lograrán pasar. Una semana después, en este lugar inhóspito quedarán varadas más de 10.000 personas, acampadas en tiendas en medio del fango. Austria y los países balcánicos cerrarán sus fronteras.

Macedonia

El campo de Macedonia al que llegan se encuentra repleto de gente. Hacía unos días que solo dejaban cruzar los países de los Balcanes a sirios, iraquíes y afganos. Allí se habían quedado atrapados paquistaníes, somalíes, marroquíes y un larguísimo etcétera de nacionalidades. Cada uno con su propia historia. Y entre los nervios de no tener la certeza de poder continuar su viaje y las prisas entre frontera y frontera, Valentina se entera de que está embarazada: “Fue una sorpresa total. No nos lo esperábamos. Al principio nos quedamos preocupados: ¿cómo íbamos a hacer ese viaje tan difícil con un bebé en la barriga?”.

Serbia

Cuando llegan a Serbia, la policía observa un sello turco en el pasaporte y les dice que tienen que volver a Turquía. Les mete en un bus de malas maneras y tras unas horas de viaje los deja abandonados en medio del bosque. “Estábamos solos, no sabíamos lo que teníamos que hacer”, cuenta Mohamad. “Tenía mucho miedo y me dolía mucho la barriga. Pensé que iba a perder el bebé”, añade Valentina. Tras caminar ocho horas logran por fin dar con un campo. Otra vez están en Macedonia y no entienden nada: les dicen que no pueden volver atrás y otra vez les mandan de vuelta a Serbia. Para llegar, deciden romper sus pasaportes.

Serbia

En Serbia se quedan sin dinero. “Antes de salir de viaje la gente nos decía: 'Todo saldrá bien. Una vez cruzado el mar, ya está'. Pero no. Nada fue bien. Las fronteras estaban cerradas, la policía no era amable, ya no teníamos dinero para seguir el viaje. Solo podíamos esperar a que la gente nos diera comida o un lugar para descansar. Pasamos frío y hambre. Solo nos pudimos duchar una vez. Tuvimos que dormir en la calle. Además teníamos miedo, no sabíamos si nos devolverían a Turquía o si lograríamos llegar a Alemania”, explican.

Croacia

Sin ningún tipo de documentación, llegan a la frontera con Croacia. Pero está cerrada. Otra vez. Cientos de personas comienzan una protesta contra el cierre fronterizo: “Abrid las puertas, queremos pasar”. Las mujeres y los niños lloran en medio del tumulto. “Alemania ya no recibe a nadie más. Os tenéis que quedar aquí”, les espetan. Por suerte, al cabo de un rato abren de nuevo. Solo tres horas. Ellos pudieron pasar porque son sirios. Horas antes les habían encerrado en un cuarto y les habían entrevistado para garantizar que lo eran. El resto de personas que querían pasar se quedaron atrás.

Eslovenia

La Cruz Roja les ayuda a cruzar Croacia y Eslovenia. Cinco horas en tren para cruzar el primer país y otras tantas en bus hasta llegar a Austria. Ya no hubo más tensiones en la frontera, pero los problemas no acababan. “Teníamos mucha hambre. Solo nos daban un trozo de pan y una lata de atún. Mohamad comió muy poco. Me lo daba todo para que yo y el bebé estuviéramos bien alimentados. A veces hacía un par de bocados, pero nada más. Y me decía: tienes que comer, tienes que comer”, describe Valentina.

Austria

El ejército austríaco los traslada hasta Alemania. “Jamás olvidaremos el día que llegamos. Llevábamos varios días comiendo atún, atún, atún. Y de repente en una mesa había queso, leche, huevos, chocolate. ‘¿Podemos comer todo esto?’, preguntamos tímidamente. ‘¡Claro!’ nos respondieron”. Pensaban que el viaje duraría siete días y tardaron 21 en cruzar Europa.

Alemania

Nada más cruzar la frontera alemana, Valentina y Mohamad son trasladados a un campo en Fulda, pequeña ciudad de provincias. Se encuentran un enorme recinto habilitado para la llegada de refugiados, con habitaciones de contrachapado y varias filas de baños portátiles. Les asignan una habitación para compartir con otra familia y sus dos niños pequeños. “Cuando vimos que tendríamos que vivir en un campo nos pusimos muy tristes. Eso no era lo que habíamos imaginado. Pero estábamos exhaustos y no podíamos pensar. Dormimos tres días seguidos”.

Alemania

Durante los tres primeros meses en Alemania, Valentina adelgaza seis kilos a pesar de estar embarazada. “La comida del campo era muy mala y me provocaba nauseas. Además no conseguía dormir, los bebés que había en nuestro cuarto no paraban de llorar”. Al cabo de dos meses, los trasladan a otro campo en Darsmtad, a media hora de Frankfurt. “Aquí estamos mejor, tenemos una habitación para nosotros solos y la ciudad es más grande, hay comercios donde podemos comprar comida árabe y gente de muchas culturas. La gente local ya no nos mira tan mal como en Fulda”, explican, aunque les gustaría vivir en un piso como han podido hacer otras familias que han conocido desde que llegaron.

Alemania

En Alemania, la pareja ha iniciado los trámites para pedir asilo. Pero el proceso es lento y mientras esperan no pueden trabajar. El Gobierno alemán les da algo de dinero para gastos de bolsillo, pero es claramente insuficiente en un país tan caro. “Apenas nos llega para una semana”, lamentan. De momento, a partir de donaciones o en mercados de segunda mano, han conseguido reunir un pequeño ajuar para Adam, el bebé que nacerá a finales de octubre.

ALEMANIA

“Echamos de menos Siria. Echamos de menos a nuestra familia”. Valentina y Mohamad llaman cada día varias veces a sus padres para asegurarse que están bien. El asedio a la ciudad de Alepo les tiene muy angustiados. “Están en peligro y eso nos hace sufrir mucho. Si cierran whatsapp solo una hora, nos entra miedo porque pensamos que les ha pasado algo”, explican. Su mayor deseo sería tenerlos cerca cuando nazca el bebé. “Estamos asustados, es la primera vez que seremos padres, y nos ayudaría mucho tener a nuestras madres aquí. Hemos pedido que nos las traigan, pero nos han dicho que es imposible”, suspiran.

Alemania

Valentina y Mohamad hablan con su bebé cada noche, antes de irse a dormir. Le susurran cosas bonitas de Siria, sobre la Siria en la que iban al cine, en la que salían de fiesta y se divertían en los parques de atracciones. Sobre esa Siria que ya no está. Le hablan de la familia que algún día conocerá. Aunque su futuro es incierto en Alemania, aunque viven en un campo y no pueden trabajar, Adam les da fuerzas para seguir adelante. “Hemos decidido quedarnos aquí para que él tenga un futuro. No queremos que conozca la Siria de ahora, las bombas, los muertos en la calle, la sangre. Aquí resistiremos por él”.

'El Gran Fracaso' es un proyecto de eldiario en colaboración Oxfam Intermón

CRÉDITOS

Coordinación · Esther Alonso y Juan Luis Sánchez
Contenido · Gabriela Sánchez, Pablo Tosco (imagen) y Laura Hurtado
Formato y diseño · Belén Picazo y Almudena Caballero
Desarrollo · Javier Álvarez, Héctor Figueroa y Javi López G.
Edición de vídeo · Alejandro Navarro
Producción evento · Mercedes Rodríguez
Coordinación Oxfam Intermón · Jessica Romero
Imágenes de archivo · María Iglesias, Carlos Escaño, Jaime Rodríguez, Associated Press, GTres, EFE, Cadena SER y La Sexta
Música · Albert Pintor